13 enero 2010

HAITÍ.7.3

Un nombre como Puerto Príncipe no debiera se castigado por hechos como el de esa madrugada.

El país que siguió a Estados Unidos a luchar y lograr su independencia no debiera estar pendiente ahora de la Ayuda Internacional.

El primer país de América que levantó la bandera contra la esclavitud y la abolió no debe ser condenado por la naturaleza de la forma en la que ha siendo.

Palacios, sedes y edificios de grandes instituciones no aguantaron el envite de la tierra, ni qué decir tiene que el resto de las casas de la capital tampoco aguantaron el seísmo.

El país más pobre de América se ha deshecho un poco más. Se ha desplomado ante los ojos del mundo. Ha muerto un poco más y ha sido vapuleado con aún más fuerza.

Haití ha gritado en una única voz, un lamento agónico, un grito de dolor y sufrimiento al tiempo que la tierra regurgitaba. En un solo minuto los gemidos, los gritos y los lloros anticiparon la tragedia. La letal maldición. Y de esas voces, las de miles de ellos han quedado sepultadas entre escombros y destrucciones.

Haití, una parte de La Española, ha engullido a hombres, mujeres, niños, abuelas, hijos, amigos, mendigos, ricos, señoras, médicos, albañiles, profesoras… personas todas que han gritado durante las sacudidas de y ahora gimen desde las ruinas y las aceras rotas.

Dicen que la gente busca, buscan a sus muertos, buscan a sus familias, buscan ayuda, buscan agua, buscan comida… miles de personas que nada tienen y buscan.

Haití, uno de los países con más densidad de población del planeta y con el mayor índice de pobreza de América, va a ser por unos días conocido no por ello, sino porque la muerte, el dolor, la destrucción, el pánico y la desolación han barrido esta parte de la Isla a manos de un terremoto de magnitud 7.3

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