El caso es que aquí estoy yo, deseando que llegue el viernes tarde, con cansancio de viernes y nostalgia de domingo por la tarde.
Mientra oigo por la radio que Xynthia se avecina, compruebo que he seguido todas las medidas: las puertas están bien cerradas, las ventanas con las persianas bajadas, el coche en garaje y sin ánimo de sacarlo... compruebo que me falta la familia con la que pasar apaciblemente el sábado. Así que tendré que contemplar el desarrollo de la ciclogénesis sola. Como las tardes de los domingos espero los lunes.
Y es que esta tarde llegó sin yo pedirlo uno de esos momentos absurdos en los que mi corazón pide ser acunado, mimado y querido. Me siento con ganas de ser yo la que reciba cuidados, la que reciba las llamadas y la que tenga una voz cálida que al otro lado del teléfono me diga "tranquila, ya llego".
La televisión anuncia a Xynthia y yo me sumerjo en mi propia ciclogénesis.
Sólo que la mía llega sin avisar, tan bien es cierto que los daños colaterales no llegan a ser tan devastadores y el tiempo que dura no lo revelan en los telediarios.
Mientras suenan tantas voces hablando de borrascas y nubes mi propia tormenta se deshace en mi casa, mañana será otro día y podré evaluar si tantos augurios habrán devastado algo.